lunes, 30 de enero de 2012

Evangelio 30 de Enero de 2012


  • Primera Lectura: II Samuel 15, 13-14.30; 16, 5-13a
    "Huyamos de Absalón. Dejen que Semeí me maldiga, porque se lo ha ordenado el Señor"
    En aquellos días, uno llevó esta noticia a David: 
    «Los israelitas se han puesto de parte de Absalón». 
    Entonces, David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén: 
    «Huyamos pronto; porque si no, no podremos escapar de Absalón. Salgamos a toda prisa, no sea que se apresure, nos sorprendan y nos cause una gran desgracia, pasando a cuchillo a la ciudad». 
    David subía llorando la cuesta de los Olivos; iba con la cabeza cubierta y los pies descalzos, y todo el pueblo que lo acompañaba subía también con la cabeza cubierta y llorando.
    Cuando llegaron a Bajurín, un hombre de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guera, salió echando maldiciones, y arrojando piedras a David y a todos sus servidores, mientras todos los soldados iban al lado del rey. Semeí lo maldecía así: 
    «¡Vete, vete, hombre sanguinario y malvado!. El Señor te ha castigado por todas las muertes de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado, y ha puesto el trono en manos de tu hijo Absalón. Ahí tienes la desgracia que mereces, porque eres un hombre sanguinario».
    Entonces Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey: 
    «¿Por qué se ha de poner a maldecir a mi señor ese perro muerto? Déjame que vaya y le corte la cabeza». 
    Pero el rey dijo: 
    «¡No se entrometan en mis asuntos, hijos de Seruyá! Si el Señor le ha mandado que maldiga a David, nadie puede reprochárselo».
    Y añadió David a Abisay y a todos sus servidores:
    «Si hasta mi propio hijo intenta matarme, con mayor razón lo hará este hijo de Benjamín. Déjenlo que me maldiga, a lo mejor el Señor se lo ha ordenado. Tal vez el Señor vea mi dolor y cambie en bendición está maldición de hoy.
    Y David y sus hombres continuaron su camino.
  • Salmo Responsorial: 3
    "Levántate, Señor, sálvame."
    Señor, ¡cuántos son mis enemigos, cuántos los que se levantan contra mí! ¡Cuántos los que dicen de mí: «Ya no lo protege Dios!»
    Levántate, Señor, sálvame.

    Pero tú, Señor, eres mi escudo protector, tú eres mi gloria, me haces salir vencedor. Clamo al Señor gritando, y él me responde desde su monte santo.
    Levántate, Señor, sálvame.

    Puedo acostarme, dormir y despertar, porque el Señor me sostiene. No temo a esa multitud innumerable que me acorrala por todas partes.
    Levántate, Señor, sálvame.
  • Evangelio: Marcos 5, 1-20
    "Espíritu inmundo, sal de este hombre"
    En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó Jesús, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro. Vivía entre los sepulcros y nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían sujetado con argollas y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado las argollas; nadie podía dominarlo. Se pasaba días y noches entre los sepulcros y por la montaña gritando y golpeándose con piedras.
    Al ver a Jesús desde lejos, vino corriendo y se postró ante él, gritando con todas sus fuerzas:
    «¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes».
    Es que Jesús le estaba diciendo:
    «Espíritu impuro, sal de este hombre».
    Entonces le preguntó:
    «¿Cómo te llamas?»
    El le respondió:
    «Legión es mi nombre, porque somos muchos».
    Y le rogaba insistentemente que no los echara fuera de la región.
    Había allí una gran cantidad de cerdos, que estaban buscando alimento al pie de la montaña, y los demonios rogaron a Jesús:
    «Envíanos a los cerdos para entremos en ellos».
    Les permitió Jesús y los espíritus impuros salieron para entrar en los cerdos, que se lanzaron al lago desde lo alto del barranco, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron en el lago.
    Los que cuidaban a los cerdos huyeron y lo contaron tanto en la ciudad como en los alrededores. La gente fue a ver lo que había sucedido. Llegaron donde estaba Jesús y, al ver que el demonio que había tenido la legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio, se llenaron de temor. Los testigos les contaron lo ocurrido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio.
    Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía que lo dejara ir con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
    «Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti».
    El se fue y empezó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él, y todos se quedaban maravillados.

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