Es un peligro en el que podemos caer poco a poco: no hacemos nada y no dejamos hacer a los demás.Porque es más fácil criticar los mil defectos de una constructora que ponerse el casco para ayudar a levantar un edificio más hermoso y más seguro.
Porque es más fácil denunciar los defectos de unos médicos en vez de promover sistemas sanitarios eficaces y justos.
Porque es muy cómodo decir que el aborto es un crimen mientras luego ponemos la zancadilla a los grupos provida por los errores que puedan cometer los miembros que los componen.
Porque es muy cómodo quedarse en el sofá para repetir cien veces “¡qué mal está la juventud!” en vez de ayudar a los adolescentes y a los jóvenes de la familia para que tengan buenas compañías, buenas lecturas, buenos ejemplos, y, sobre todo, un buen trato con Dios.
Porque es un mal endémico de algunos católicos quejarse de cualquier iniciativa de las parroquias, de los obispos, de los movimientos, en vez de arremangarse la camisa para apoyar en la colecta de Cáritas, en la catequesis de adultos o en la difusión de folletos para defender a la Iglesia y para enseñar la sana doctrina.El mal de no hacer nada y de no dejar hacer a los demás existe y corroe el corazón de muchos católicos, quizá incluso también del nuestro.
El resultado es una parálisis maligna que nos hace semejantes a charcos inútiles, en descomposición, o a máquinas más o menos hermosas pero apagadas.El mundo y la Iglesia no necesitan manos perezosas, sino corazones enamorados que hagan mucho y que hagan bien. Hacen faltan miles de testigos convencidos, bien formados, llenos de la fuerza del Espíritu Santo, para romper parálisis, para empujar nuevos proyectos, para levantar iglesias, para difundir el Evangelio en los viejos y en los nuevos areópagos (pueblos, ciudades, fábricas, campos, universidades, prensa, internet, cine...).
Hacen falta corazones que sienten una urgencia profunda para asumir la misión de la Iglesia, que consiste, como recuerda el Papa Benedicto XVI, en “llamar a todos los pueblos a la salvación operada por Dios a través de su Hijo encarnado” a través del anuncio del Evangelio, “que es fermento de libertad y de progreso, de fraternidad, de unidad y de paz” (Mensaje del Papa Benedicto XVI para la 83ª Jornada Misionera Mundial).
En el Mensaje citado, el Papa añadía que estamos ante una “tarea y misión que los amplios y profundos cambios de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Está en cuestión la salvación eterna de las personas, el fin y la realización misma de la historia humana y del universo”.
Estamos llamados a dejar de lado actitudes pasivas y amargadas para hacer mucho por el Evangelio. Urge, porque Dios lo quiere y porque millones de hombres viven sin esperanza.Nuestro sí a la evangelización será un sí al amor. Vale la pena todo esfuerzo que hagamos por la causa más importante de la historia humana: anunciar a los hombres que Jesucristo es nuestro Salvador.
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