| En Jesucristo hemos vencido ya la tentación |
Un gran pensador francés y un gran católico dice que cada vez que se relee el Evangelio aparece un nuevo aspecto de sus exigencias y de su libertad, terribles y dulces como el mismo Dios. Dichoso el que se extravíe para siempre en este bosque de luz, el que quede preso en los lazos de lo absoluto que resplandece en lo humano. Cuanto más basta es nuestra experiencia tanto más nos sentimos lejos de practicar las costumbres evangélicas, pero al mismo tiempo más se graban en nosotros la idea y el deseo de su misteriosa verdad.
Si ha de nacer una nueva cristiandad, una nueva civilización del amor, será una edad en que los hombres leerán y meditarán el Evangelio más de cuanto lo han hecho nunca. Estos días son precisamente días para ejercitarnos permanentemente en meditar, contemplar a Cristo en el Evangelio.
Jesucristo ha lanzado una pregunta al mundo: ¿Quién puede acusarme a mí de pecado? Es una pregunta que queda pendiente, que cada uno ha de responder. ¿Quién puede al inocente y al santo, al Hijo de Dios acusarle de pecado? No es posible, el es la santidad misma. Sin embargo, Jesucristo fue tentado. Tentado como cualquier ser humano. El Evangelio no nos dice: "Jesucristo fue igual a todos menos en el pecado y en la tentación". Lo único que se nos dice es que es en todo igual a nosotros menos en el pecado. Luego también es igual a nosotros en la tentación.
Según los Evangelios, Jesucristo, antes de comenzar su vida pública, fue tentado por el demonio. Esta contemplación de las tentaciones de Jesús tiene por finalidad el sentirnos confortados espiritualmente por Cristo tentado igual que nosotros. Como que un Cristo tentado se nos hace más cercano, más próximo; sabe lo que también nosotros sentimos en el momento de la tentación.
Nos sentiremos también fortalecidos viendo cuál fue su reacción, su postura frente a la tentación.
Ciertamente la tentación es una experiencia universal. ¿Qué ser humano puede decir que no ha sido tentado? Pueden ser tentaciones muy diversas, pero la experiencia es universal. Podemos sentir, por ejemplo, la tentación de no aceptarnos a nosotros mismos, de rebelarnos contra lo que somos o contra lo que experimentamos en determinada fase de nuestra vida. Otra tentación es la vergüenza, que anonada y aplasta, que encierra en uno mismo, que va socavando espiritualmente el alma, que entristece y crea un estado de ansiedad...Tentación de desaliento, de aburrimiento,; tentación de pereza, de lujuria; tentación de envidia y de rencor; tentación de insolidaridad y orgullo; tentaciones contra la fe, la esperanza y la caridad...Todas estas tentaciones y otras muchas más las podemos sentir, o las hemos sentido.
Composición de lugar
En este contexto, vamos a contemplar las tentaciones de Jesús. San Lucas (4,1-13) nos dice que el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto para ser tentado. El lugar tradicional de las tentaciones se encuentra entre la ciudad de Jericó y el inicio de las montañas de Judea. Jesucristo fue al monte a orar. Pero el demonio que es siempre muy hábil, aprovechó la ocasión de soledad, de hambre, de debilitamiento para tentar a Jesús.
Traten ustedes de recrear la escena: Jesucristo..., el monte...,la postura de Jesús: De rodillas o de pie, con los ojos hacia el cielo, hablando con Dios. O pueden elegir el momento de Jesús tentado por el diablo, sometido a la prueba de la ambición de poder, de la vanagloria, de la idolatría.
Contemplación de sentidos
¿Qué es lo que vemos con los ojos? Vemos en primer lugar a Jesucristo sereno y fortalecido espiritualmente por la oración. Las tentaciones de Jesús no son tentaciones raras, dicen referencia a experiencias humanas. Tener hambre, es una experiencia muy humana; sentir deseo de ser honrados, apreciados, es también un sentimiento muy humano; el querer influir, el tener poder sobre los demás, es algo que va muy con la psicología humana.
El diablo es muy sutil, conoce muy bien a los hombres y los tienta con una grande habilidad. Trató de entrar con grande habilidad en el alma humana de Jesucristo para tentarlo.
A) Entra con una condicional: "Si eres Hijo de Dios"...Uno no sabe si está dudando o no; si quiere provocar a Jesús, crearle perplejidad. No se atreve a negarlo, pero tampoco a decir abiertamente: "Tú que eres el Hijo de Dios...". El diablo se esperaba de Jesús una reacción tajante. Algo así como: "¡Para que veas que soy el Hijo de Dios!...". La respuesta de Jesucristo es fruto de su oración: "No sólo de pan vive el hombre...". Es una frase del Antiguo Testamento. Jesucristo se ha metido en el mundo de Dios y le resulta de lo más natural vencer la tentación con la oración, con la Palabra de Dios.
B) Otro recurso es la mentira y el engaño: "Te doy todos los reinos de este mundo, si postrándote me adoras". Es la misma tentación que usó con Adán y con Eva. Adán y Eva cayeron, Cristo el nuevo Adán venció. Es la misma mentira, la misma habilidad, la misma técnica. ¡Cuántas veces nos engaña satanás! Jesús que había estado grande tiempo en adoración sabe vencer también esa tentación. "Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás".
Contemplación teologal
Entrando en el espacio de las virtudes teologales, ¿qué misterio podemos vislumbrar en las tentaciones de Jesús?
En primer lugar, que el Hijo de Dios sea tentado. Jesús es hombre, y como hombre se comporta a la altura de la humanidad entera. Pero no sólo es hombre, el tentado es Dios, es el Hijo de Dios. ¡Qué atrevimiento de satanás: Tentar al Santo, al Señor, al omnipotente, personificado en Jesús! ¿Cómo no se va a atrever a tentarnos a nosotros, si se atrevió a tentar al mismo Hijo de Dios? El salto de la fe nos hace ver que la tentación no es pecado, es don, es ocasión para madurar en el amor, para fortalecer el espíritu. Por lo tanto, no hay que tener miedo a la tentación. Si el diablo se atreve a tentarnos, nosotros hemos de tener más osadía en nuestra fe, en nuestro amor frente a la tentación.
También, en el plano del misterio, Cristo vence la tentación. San Agustín dice: "Cristo ha vencido la tentación en ti y por ti". Jesucristo tentado no sólo es el hombre Jesús, sino el prototipo de la humanidad. Así como en la cruz él es el hombre que abraza a toda la humanidad y la salva, así en la tentación vence todas las tentaciones de la humanidad entera.
Finalmente, una contemplación del amor del Padre. Dios no ama menos a Jesús en el momento de la tentación; tampoco le abandona o se olvida de él. Dios le ama en la tentación. El Espíritu Santo le acompaña en la tentación. El amor teologal, que es una participación en el amor de Dios, nos debe llevar también a participar del amor del Padre y del amor del Espíritu a Cristo tentado. Amemos y dejémonos amar también por Cristo tentado, sometido a la prueba. En su tentación, nos ama y nos ama intensamente.
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