“Debes creer en las apariciones de...” “Yo no sé si sea cierto, pero desde que fui al Santuario de tal lugar, mi vida ha cambiado. Fue una experiencia de fe, una conversión de vida”.
Con estos y otros muchos argumentos, hay personas que se esfuerzan por propagar los mensajes que la Virgen ha prodigado en diversas partes del mundo. Garabandel o Medjugorie son dos nombres entre otros muchos que vienen a nuestra mente como muestras de ese esfuerzo colectivo por dar a conocer un mensaje de la Virgen. En no pocas ocasiones estas personas recurren incluso a la amenaza o al tremendismo al presagiar acontecimientos funestos en caso de que no se sigan las indicaciones y las peticiones de la Virgen. Muchos incluso contrastan estas apariciones con las aceptadas por la autoridad eclesiástica como pueden ser Fátima, Lourdes o Guadalupe. ¿Cuál es la diferencia entre unas y otras apariciones? ¿Debemos o no debemos creer a estas apariciones recientes y a sus mensajes en ellas contenidos?
Es necesario distinguir antes que nada lo que son las apariciones y sus aportaciones a la verdad revelada. Cada católico busca, sin lugar a dudas, su salvación. Su vida se convierte así en un esfuerzo por seguir la voluntad de Dios. ¿En dónde se encuentra contenida la voluntad de Dios? Sin duda alguna en la Palabra revelada, en la Biblia, en las Sagradas Escrituras. Ahí queda consignada la Palabra de Dios y todo lo que es necesario para la salvación de nuestra alma. El Decálogo se fundamenta sobre estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí.” (Ex. 20, 2-3). Por lo tanto “aquello que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento en el cual Dios se revela a sí mismo”, como nos dice la Encíclica Veritatis Slpendor del 6 de agosto de 1993 en el número 10.
Todo lo que el hombre necesita para salvarse se encuentra en la verdad revelada, consignada en la Biblia. Bien sabemos que esta verdad no es una verdad que queda encerrada en el tiempo, una verdad sólo aplicable a un determinado tiempo histórico y a unos hombres. Esta verdad se extiende a todos los hombres y a todos los tiempos de la historia. ¿Quién es la encargada de velar por la fidelidad de la transmisión del mensaje? Es la Iglesia Católica, pues fue Cristo, su mismo fundador quién le encargó a la Iglesia esta misión. “Dentro de la Tradición se desarrolla, con la asistencia del Espíritu Santo, la interpretación auténtica de la ley del Señor. El mismo Espíritu, que está en el origen de la Revelación, de los mandamientos y de las enseñanzas de Jesús, garantiza que sean custodiados santamente, expuestos fielmente y aplicados correctamente en el correr de los tiempos y de las circunstancias.
Las apariciones por lo tanto no añaden nada a la verdad revelada. Las apariciones, para ser auténticas, ayudan a comprender y a vivir mejor la verdad revelada y deben sujetarse siempre a las normas de la Iglesia, como guardiana que es, a nombre de Jesucristo, del depósito de la fe. Por lo tanto nadie está obligado a creer en las apariciones. Son una ayuda para vivir la fe, para la conversión, para acercarse más a una vida de gracia. Pero no son esenciales a la fe.
Aclaremos bien lo dicho anteriormente: una aparición, cuando es autorizada por la Iglesia, no puede ir en contra de la verdad que Dios ha revelado a través de la Escritura y de la Tradición. Debe ayudar y ése es su objetivo principal, a vivir con mayor fidelidad la verdad revelada. Como un caso semejante tenemos la devoción a los santos que no añaden nada a la verdad revelada, pero su ejemplo y su intercesión en el Cielo nos ayuda a vivir con más coherencia, con más amor, con más fidelidad y con más valentía nuestra fe.
Si hay personas que de alguna manera tratan de tergiversar la fe católica haciéndola aparecer como dependiente de un suceso, como puede ser una aparición, la recitación de oraciones en una cadena que no debe ser interrumpida, la devoción particular a un santo o persona venerable, hay que explicarles con mucha caridad que no están dentro del camino que Cristo ha querido para la salvación. Esos actos nos sirven y nos ayudan para alcanzar la salvación, no cabe duda, pero ni son la salvación en sí ni sólo con cumplirlos alcanzamos la salvación.
La salvación se encuentra en la Palabra revelada y custodiada por la Iglesia, tal y como ha quedado consignado en el Código de Derecho Canónico: “Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas” (CDC. Can. 747, 2).
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