martes, 24 de enero de 2017

Evangelio mediado

Ideal que nos hace hermanos
Marcos 3, 31-35. III Martes de Tiempo Ordinario. Ciclo A.


Por: H. Javier Castellanos LC | Fuente: www.missionkits.org 




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
María, Madre mía, me pongo a pensar en que me miras todo el tiempo para protegerme con tu abrazo maternal; dejo a esta experiencia conmover mi corazón y me viene un destello de gratitud. ¡Qué bueno es Dios con nosotros, que nos regaló una Madre así! Si temo, aunque tema lo que tema, te tengo a ti. Gracias, Dios mío. Gracias, Madre. (H. Iván Yoed González, L.C.)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Marcos 3, 31-35
En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Hace un mes exactamente estábamos por celebrar la Navidad. Ahora parece que Jesús ha «madurado» demasiado rápido: tan metido en su «misión» que vive lejos de su familia. Ni siquiera María, su mamá, puede pasar un rato a solas con Él…
Cristo, en realidad, ha crecido en el amor a sus parientes. Más aún, está reconociendo la verdadera grandeza de María, aquello que une con más fuerza a los dos: el «Hágase en mí según tu palabra». ¿Cómo fue posible el nacimiento de Jesús? ¿Acaso no fue por la apertura de María a la voluntad de Dios? Por eso Cristo hoy quiere enseñar este doble nivel: existe un parentesco del cuerpo y de la sangre, pero hay algo más, una relación aún más profunda, que une los corazones. Esta conexión de espíritu sólo se da cuando dos almas tienen el mismo ideal: cumplir la voluntad de Dios.
Podemos pensar que cuando cumplimos la voluntad de Dios nos apartamos de los seres queridos. Por ejemplo, cuando un hijo o una hija se van de casa para adoptar la vida consagrada o sacerdotal. O bien, cuando hay compromisos de oración, de misa dominical, y debemos ausentarnos de actividades con los amigos. No hay nada más equivocado. Seguir la propia vocación, vivir compromisos de piedad nos fortalece como hijos de Dios, y sólo un hijo puede ser auténtico hermano.
Hay, además, una última lección en este Evangelio, la más importante de todas. Si buscamos realizar lo que Dios nos pide, estamos viviendo realmente como hermanos de Cristo que somos por el bautismo. El mundo diráal vernos: «ése es hermano de Cristo, ¡se parece tanto a Él!». O, mejor todavía, ¡cuánta alegría le daremos a nuestra madre, María! ¡Ver que todos sus hijos nos parecemos a ella, al Hijo Mayor! Vivamos cada día con esta ilusión y este propósito: ser mejores hermanos de Cristo.
«María nos acompaña en este camino, indicando al Hijo que irradia la misericordia misma del Padre. Ella es en verdad la Odigitria, la Madre que muestra el camino que estamos llamados a recorrer para ser verdaderos discípulos de Jesús. En cada misterio del Rosario la sentimos cercana a nosotros y la contemplamos como la primera discípula de su Hijo, la que cumple la voluntad del Padre. La oración del Rosario no nos aleja de las preocupaciones de la vida; por el contrario, nos pide encarnarnos en la historia de todos los días para saber reconocer en medio de nosotros los signos de la presencia de Cristo. Cada vez que contemplamos un momento, un misterio de la vida de Cristo, estamos invitados a comprender de qué modo Dios entra en nuestra vida, para luego acogerlo y seguirlo. Descubrimos así el camino que nos lleva a seguir a Cristo en el servicio a los hermanos.»
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de octubre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Rezaré, al menos, un misterio del rosario en algún momento del día, pidiendo que se cumpla la voluntad de Dios en mí y en cada uno de mis familiares.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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