Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,19-23)
Pentecostés - 4 de junio de 2017
La Iglesia celebra hoy el día en que vino sobre ella el Espíritu Santo y comenzó su misión. Jesús antes de ascender al cielo había dejado a sus apóstoles a la espera de la Promesa del Padre: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos" (Hech 1,8). Esa promesa se cumplió el quincuagésimo día después la Resurrección de Cristo: "Vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso... quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar, en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse". Ese mismo día comenzaron a predicar y a dar testimonio de Cristo resucitado. Si el primer día de la Resurrección fue el primero de la semana, domingo, el quincuagésimo también es el primero de la semana, domingo. Esta circunstancia es la que da el nombre a esta fiesta: Pentecostés (quincuagésimo).
Pero el Evangelio nos relata lo ocurrido, no en el quincuagésimo, sino en el mismo día de la Resurrección de Jesús: "al atardecer de aquel día". Y ya en esa ocasión, presentandose en medio de sus apóstoles reunidos a puertas cerradas, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo". ¿Cuándo recibieron los apóstoles el Espíritu, ese primer día o aquel quincuagésimo día? Podemos suponer que en ese primer día el gesto de Jesús, soplar sobre los apóstoles reunidos, con su explicación: "Recibid el Espíritu Santo", fue anuncio y garantía del don efectivo del Espíritu que habían de recibir el día de Pentecostés.
En el Evangelio de Juan, Jesús explica el efecto de ese don con dos declaraciones. En primer lugar dice: "Como el Padre me envió, así yo os envío". Pero no vemos que los apóstoles comenzaran inmediatamente la misión. Más bien vemos que ocurre lo contrario. Estando los discípulos a orillas del mar de Tiberíades, Pedro dice a los otros: "Voy a pescar" (Jn 21,3). ¡Vuelve a su oficio anterior a la llamada de Jesús! Y los demás responden: "También nosotros vamos contigo".
La segunda explicación del don del Espíritu es esta: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". El poder de perdonar los pecados, que Jesús comunica a sus apóstoles, es necesario para la misión a que los envía, si ésta había de ser prolongación de la misma misión de Jesús. En efecto, este aspecto es esencial a la misión de Jesús, tanto que explica su nombre mismo, como se lo anunció el ángel a José: "Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y explica también su muerte en la cruz: "Esta es mi sangre... que es derramada por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28).
Los apóstoles comenzaron la misión el mismo día de Pentecostés a impulsos del Espíritu Santo que habían recibido, de manera que los presentes, hombres venidos de todo el mundo, reconocían: "Todos los oímos hablar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios". Esas maravillas de Dios son el anuncio de Jesucristo y su misterio de muerte y resurrección, el don del Espíritu transmitido por manos de los apóstoles y el perdón de los pecados. Esto es lo que predicó Pedro ese mismo día: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo..." (Hech 2,38).
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