ROMA, viernes 5 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito el padre Pedro García, misionero claretiano, conocido evangelizador en América Central, sobre el Evangelio de este domingo (San Lucas 5,1-11), quinto del Tiempo Ordinario.
Pocas escenas del Evangelio serán hoy tan leídas, comentadas, cantadas o pintadas como aquélla de las orillas del lago. Porque es mucho lo que inspira. Ahí tenemos la incansable canción: Tú has venido a la orilla... Lucas nos cuenta el hecho con pinceladas maestras.
Jesús, ante la imposibilidad de hablar a la gente que se le agolpa alrededor, tiene que subirse a la barca, para adoctrinar desde allí a la multitud. Y acabada la instrucción de la turba, le pide a Pedro:
- Tira con la barca mar adentro, y echa las redes para pescar.
Pedro y sus compañeros conocen muy bien el lago, y saben que es inútil querer pescar hoy. Por eso, le responde a Jesús:
- Maestro, nos hemos pasado la noche tratando de pescar algo y ha sido inútil. Hoy no cae nada. Pero, fiado en tu palabra, voy a lanzar las redes.
Las hunden en el agua, y los pescadores empiezan al cabo de poco a hacer esfuerzos enormes para mantenerlas y sacarlas a flote, pues se rompen casi con tanto peso. Tan cargadas están, que gritan a los compañeros de la otra barca:
- ¡Eh, Santiago! ¡Eh, Juan!... ¡Venid a echarnos una mano, que no podemos con tantos peces como han caído!
Llenan las dos barcas a más no poder, de modo que casi se hunden, y con esfuerzo llegan sanos y salvos hasta la orilla. Son gentes del lago, que conocen su oficio, y no salen de su asombro. Jesús les sonríe satisfecho, y les anima y les promete:
- ¡Venga! ¡No tengáis miedo! Desde hoy vais a ser pescadores de hombres. ¡Veníos conmigo!
Ellos dejan las redes. Santiago y Juan se despiden de su padre y de los jornaleros. Y sin pensárselo más, se lanzan en seguimiento de Jesús, lo mismo que Pedro y Andrés, para no abandonarlo ya nunca. Serán los apóstoles más fieles y los más queridos de Jesús.
Hay un detalle que Lucas cuida muy bien de recalcar: la barca es de Pedro, los otros son llamados a aliviar la barca de Pedro con la misma pesca, y seguirán el mismo llamamiento que Jesús dirige ante todo a Pedro:
- Tú serás pescador de hombres.
No ver en esto la intención de Lucas en recalcar el primado de Pedro, y de su sucesor el Papa, es querer cerrarse voluntariamente los ojos.
Jesús nos habla aquí más con gestos que con palabras. Usa un lenguaje que todos entendemos.
¡Lo que son nuestros pastores!
¡Y lo que somos los que oímos la palabra de Jesús, y le seguimos!
¡Y cómo echamos las redes, cuando trabajamos por los demás!
¡Y los incontables hermanos que ganamos para Cristo!...
La misión de pescar compromete, por llamamiento expreso del Señor, a los Pastores de la Iglesia, al Papa, Obispos y Sacerdotes, a los misioneros y misioneras que llevan el Evangelio a todas partes...
¿Y a nosotros, laicos? ¿Qué nos toca a nosotros? ¿Estamos los seglares privados, por nuestra condición de laicos, de la gloria misionera de la Iglesia?... ¡Oh, no, mil veces no!...
Nosotros estamos llamados a ser, podemos ser, y lo somos si queremos, apóstoles de primera calidad. En nuestro puesto. Sin movernos de nuestra casa y sin dejar una sola de nuestras obligaciones.
Por fortuna, hoy se ha despertado muy viva entre nosotros la conciencia de que Jesucristo nos llama a todos los bautizados a responsabilizarnos de la Iglesia, cada uno en su puesto.
Somos conscientes de que la salvación de los hombres, realizada y merecida por Jesucristo con su sacrificio redentor en la cruz, depende en su aplicación de nosotros, los bautizados, que prestamos nuestra colaboración a Jesucristo el Señor. Para ello, aunque tengamos iniciativa propia, nos ponemos a disposición de los Pastores de la Iglesia, desde el Papa hasta nuestro Párroco, para trabajar con seguridad plena, todos unidos, en la obra del Salvador.
Jesucristo llama voluntarios, y hoy los encuentra abundantes en su Iglesia.
Lo que importa es que sintamos celo abrasador por la salvación de los hermanos que nos necesitan.
Un celo como el de aquel gran Obispo del Gran Norte del Canadá. Cuando contemplaba la vida durísima que llevaban los mercaderes de pieles, exclamaba enardecido y triste a la vez:
- ¡Ah! En el inmenso país que me está encomendado, ni una sola cola de lobo se pierde. ¿Y habrían de perecer, cada día, almas que costaron la sangre de Jesucristo?... ¿Dudaría yo en sacrificarme?... ¡De ninguna manera!. (Mons. Grandin, en el Gran Norte del Canadá)
Somos pescadores de hombres y apóstoles cuando no nos negamos a trabajar por el Reino, por la Iglesia, allí donde estamos.
Y, si no llegamos a más, nuestra generosidad y nuestra oración son los instrumentos más fuertes de un apostolado callado, pero fecundísimo. El Papa Pío XI, llamado el Papa de las Misiones, decía con frase que se ha hecho famosa:
- No nos es posible ir a hablar de Dios a todos los hombres. Pero podemos hablar de todos los hombres a Dios.
Jesucristo llama voluntarios. Y nosotros sabemos contestarle que sí. Que cuente con nosotros. Que soñamos en una pesca inmensa. Que se sienta orgulloso de los que queremos hacer algo por El...
Pocas escenas del Evangelio serán hoy tan leídas, comentadas, cantadas o pintadas como aquélla de las orillas del lago. Porque es mucho lo que inspira. Ahí tenemos la incansable canción: Tú has venido a la orilla... Lucas nos cuenta el hecho con pinceladas maestras.
Jesús, ante la imposibilidad de hablar a la gente que se le agolpa alrededor, tiene que subirse a la barca, para adoctrinar desde allí a la multitud. Y acabada la instrucción de la turba, le pide a Pedro:
- Tira con la barca mar adentro, y echa las redes para pescar.
Pedro y sus compañeros conocen muy bien el lago, y saben que es inútil querer pescar hoy. Por eso, le responde a Jesús:
- Maestro, nos hemos pasado la noche tratando de pescar algo y ha sido inútil. Hoy no cae nada. Pero, fiado en tu palabra, voy a lanzar las redes.
Las hunden en el agua, y los pescadores empiezan al cabo de poco a hacer esfuerzos enormes para mantenerlas y sacarlas a flote, pues se rompen casi con tanto peso. Tan cargadas están, que gritan a los compañeros de la otra barca:
- ¡Eh, Santiago! ¡Eh, Juan!... ¡Venid a echarnos una mano, que no podemos con tantos peces como han caído!
Llenan las dos barcas a más no poder, de modo que casi se hunden, y con esfuerzo llegan sanos y salvos hasta la orilla. Son gentes del lago, que conocen su oficio, y no salen de su asombro. Jesús les sonríe satisfecho, y les anima y les promete:
- ¡Venga! ¡No tengáis miedo! Desde hoy vais a ser pescadores de hombres. ¡Veníos conmigo!
Ellos dejan las redes. Santiago y Juan se despiden de su padre y de los jornaleros. Y sin pensárselo más, se lanzan en seguimiento de Jesús, lo mismo que Pedro y Andrés, para no abandonarlo ya nunca. Serán los apóstoles más fieles y los más queridos de Jesús.
Hay un detalle que Lucas cuida muy bien de recalcar: la barca es de Pedro, los otros son llamados a aliviar la barca de Pedro con la misma pesca, y seguirán el mismo llamamiento que Jesús dirige ante todo a Pedro:
- Tú serás pescador de hombres.
No ver en esto la intención de Lucas en recalcar el primado de Pedro, y de su sucesor el Papa, es querer cerrarse voluntariamente los ojos.
Jesús nos habla aquí más con gestos que con palabras. Usa un lenguaje que todos entendemos.
¡Lo que son nuestros pastores!
¡Y lo que somos los que oímos la palabra de Jesús, y le seguimos!
¡Y cómo echamos las redes, cuando trabajamos por los demás!
¡Y los incontables hermanos que ganamos para Cristo!...
La misión de pescar compromete, por llamamiento expreso del Señor, a los Pastores de la Iglesia, al Papa, Obispos y Sacerdotes, a los misioneros y misioneras que llevan el Evangelio a todas partes...
¿Y a nosotros, laicos? ¿Qué nos toca a nosotros? ¿Estamos los seglares privados, por nuestra condición de laicos, de la gloria misionera de la Iglesia?... ¡Oh, no, mil veces no!...
Nosotros estamos llamados a ser, podemos ser, y lo somos si queremos, apóstoles de primera calidad. En nuestro puesto. Sin movernos de nuestra casa y sin dejar una sola de nuestras obligaciones.
Por fortuna, hoy se ha despertado muy viva entre nosotros la conciencia de que Jesucristo nos llama a todos los bautizados a responsabilizarnos de la Iglesia, cada uno en su puesto.
Somos conscientes de que la salvación de los hombres, realizada y merecida por Jesucristo con su sacrificio redentor en la cruz, depende en su aplicación de nosotros, los bautizados, que prestamos nuestra colaboración a Jesucristo el Señor. Para ello, aunque tengamos iniciativa propia, nos ponemos a disposición de los Pastores de la Iglesia, desde el Papa hasta nuestro Párroco, para trabajar con seguridad plena, todos unidos, en la obra del Salvador.
Jesucristo llama voluntarios, y hoy los encuentra abundantes en su Iglesia.
Lo que importa es que sintamos celo abrasador por la salvación de los hermanos que nos necesitan.
Un celo como el de aquel gran Obispo del Gran Norte del Canadá. Cuando contemplaba la vida durísima que llevaban los mercaderes de pieles, exclamaba enardecido y triste a la vez:
- ¡Ah! En el inmenso país que me está encomendado, ni una sola cola de lobo se pierde. ¿Y habrían de perecer, cada día, almas que costaron la sangre de Jesucristo?... ¿Dudaría yo en sacrificarme?... ¡De ninguna manera!. (Mons. Grandin, en el Gran Norte del Canadá)
Somos pescadores de hombres y apóstoles cuando no nos negamos a trabajar por el Reino, por la Iglesia, allí donde estamos.
Y, si no llegamos a más, nuestra generosidad y nuestra oración son los instrumentos más fuertes de un apostolado callado, pero fecundísimo. El Papa Pío XI, llamado el Papa de las Misiones, decía con frase que se ha hecho famosa:
- No nos es posible ir a hablar de Dios a todos los hombres. Pero podemos hablar de todos los hombres a Dios.
Jesucristo llama voluntarios. Y nosotros sabemos contestarle que sí. Que cuente con nosotros. Que soñamos en una pesca inmensa. Que se sienta orgulloso de los que queremos hacer algo por El...
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