martes, 30 de agosto de 2011

Evangelio 30 de Agosto de 2011

  • Primera Lectura: I Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11
    "Jesucristo murió por nosotros para que vivamos con él"

    Hermanos: En lo referente al tiempo y a las circunstancias de la venida del Señor, no necesitan que les escriba. Saben perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «¡Qué paz y qué seguridad tenemos!», de repente les vendrá la catástrofe, como de repente le vienen a la mujer encinta los dolores del parto, y no podrán escapar.
    Pero a ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas.
    Por tanto, no vivamos dormidos como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente. Porque Dios no nos ha destinado al castigo eterno, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. Porque él murió por nosotros para que, despiertos o dormidos vivamos siempre con él. Por eso, anímense mutuamente y ayúdense unos a otros a progresar, como de hecho ya lo hacen.

  • Salmo Responsorial: 26
    "El Señor es mi luz y mi salvación."

    El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

    Lo único que pido, lo único que busco, es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia.
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

    La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Armate de valor y fortaleza y en el Señor confía.
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

  • Evangelio: Lucas 4, 31-37
    "Sé que tú eres el Santo de Dios"

    En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.
    Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: «¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios».
    Pero Jesús le ordenó:
    “Cállate y sal de ese hombre».
    Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros:
    «¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y estos se salen».
    Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

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