domingo, 16 de septiembre de 2012

Evangelio 16 de Septiembre de 2012


  • Primera Lectura: Isaías 50, 5-9a
    "Ofrecí la espalda a los que me apaleaban"
    El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me aplastaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. 
    El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. 
    Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. 
    Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
  • Salmo Responsorial: 114
    "Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida."
    Amo al Señor, porque escucha / mi voz suplicante, / porque inclina su oído hacia mí / el día que lo invoco. R. 
    Me envolvían redes de muerte, / me alcanzaron los lazos del abismo, / caí en tristeza y angustia. / Invoqué el nombre el Señor, / "Señor, salva mi vida." R. 
    El Señor es benigno y justo, / nuestro Dios es compasivo; / el Señor guarda a los sencillos: / estando yo sin fuerzas, me salvó R. 
    Arrancó mi alma de la muerte, / mis ojos de las lágrimas, / mis pies de la caída. / Caminaré en presencia del Señor / en el país de la vida. R.
  • Segunda Lectura: Santiago 2, 14-18
    "La fe, si no tiene obras, está muerta"
    ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de que sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: "Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe."
  • Evangelio: Marcos 8, 27-35
    "Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho."
    En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías." Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días." Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará".

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