lunes, 31 de enero de 2011

Evangelio 1 de Febrero de 2011

  • Primera Lectura: Hebreos 12, 1-4
    "Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante"

    Hermanos: Ya que estamos rodeados de tal nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y del pecado que continuamente nos asalta, y corramos con perseverancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, el cual, animado por la alegría que le esperaba, soporto sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Fíjense, pues, en aquél que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no se dejen vencer por el desaliento.
    Ustedes no han llegado todavía a derramar la sangre en su combate contra el pecado.

  • Salmo Responsorial: 21
    "Alaben al Señor los que lo buscan."

    Cumpliré mis votos en presencia de quienes lo respetan. Comerán los humildes y se saciarán, alabarán al Señor los que lo buscan; viva su corazón por siempre.
    R. Alaben al Señor los que lo buscan.

    Al recordarlo retornará al Señor la tierra entera, todas las naciones se postrarán ante él. Sólo ante él se postrarán los grandes de la tierra, ante él se inclinarán todos los mortales.
    R. Alaben al Señor los que lo buscan.

    Mi descendencia le rendirá culto, hablarán de él a la
    generación venidera, narrarán su salvación a los que nacerán después, diciendo: «Esto lo hizo el Señor».
    R. Alaben al Señor los que lo buscan.

  • Evangelio: Marcos 5, 21-43
    "¡Óyeme, niña, levántate!"

    En aquel tiempo, al regresar Jesús a la otra orilla, se le aglomeró mucha gente mientras él permanecía junto al lago.
    Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia, diciendo:
    «Mi niña está agonizando; ven a poner las manos sobre ella para que sane y viva».
    Jesús se fue con él. Mucha gente lo seguía y lo apretujaba. Una mujer que, padecía hemorragias desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con los médicos, que había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno y más bien había empeorado, oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues se decía: “Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré sana”.
    Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y sintió que había quedado sana. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta en medio de la gente y preguntó:
    «¿Quién ha tocado mi ropa?»
    Sus discípulos le contestaron:
    «Ves que la gente te está apretujando ¿y preguntas quién te ha tocado?»
    Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad.
    Jesús le dijo:
    «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz; estás liberada de tu mal».
    Todavía estaba hablando cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga diciendo:
    «Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro».
    Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al jefe de la sinagoga:
    «No temas; basta con que sigas creyendo».
    Y sólo permitió que lo acompañaran Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
    Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y, al ver el tumulto, unos que lloraban y otros que daban grandes gritos, entró y les dijo:
    «¿Por qué este tumulto y estos llantos? La niña no ha muerto; está dormida».
    Pero ellos se burlaban de él. Entonces Jesús echó fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que lo acompañaban, y entró adonde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
    «Talitha kum» (que significa: Niña, a ti te hablo, levántate).
    La niña se levantó al instante y se puso a caminar, pues tenía doce años.
    Ellos se quedaron totalmente admirados. Y él les mandó con insistencia que nadie se enterara de lo sucedido, y les indicó que dieran de comer a la niña.

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