domingo, 30 de enero de 2011

Evangelio 31 de Enero de 2011

  • Primera Lectura: Hebreos 11, 32-40
    "Por la fe nuestros antepasados conquistaron reinos, y Dios dispone para nosotros algo mejor"

    Hermanos: ¿Qué más diré? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Baruc, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, que por la fe sometieron reinos, administraron justicia, consiguieron las promesas, cerraron la boca de los leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, superaron la enfermedad, fueron valientes en la guerra, hicieron huir ejércitos enemigos, y hasta hubo mujeres que recobraron resucitados a sus difuntos.
    Unos perecieron bajo las torturas, rechazando la libertad con la esperanza de una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, cadenas y prisiones; fueron apedreados, torturados, aserrados, pasados a cuchillo; llevaron una vida errante, cubiertos de pieles de ovejas y cabras, desprovistos de todo, perseguidos, maltratados.
    Aquellos hombres, de los que el mundo no era digno, andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y cavernas de la tierra.
    Y sin embargo, todos ellos, tan acreditados por su fe, no obtuvieron la promesa, porque Dios, con una providencia más misericordiosa para con nosotros, no quiso que llegaran sin nosotros a la perfección final.

  • Salmo Responsorial: 30
    "Quien confía en el Señor, no desespere."

    ¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para los que te respetan, y la ejerces en presencia de todos los que se refugian en ti.
    R. Quien confía en el Señor, no desespere.

    Al amparo de tu presencia, los ocultas de las intrigas de los hombres; bajo la tienda los proteges de las lenguas murmuradoras.
    R. Quien confía en el Señor, no desespere.

    Bendito sea el Señor, que me mostró su amor en el momento de peligro.
    R. Quien confía en el Señor, no desespere.

    Yo decía consternado: «Me has echado de tu presencia». Pero tú escuchabas mi voz suplicante cuando te invocaba.
    R. Quién confía en el Señor, no desespere.

    Amen al Señor todos sus fieles, pues el Señor protege a sus leales, pero castiga sin compasión al orgulloso.
    R. Quién confía en el Señor, no desespere.

  • Evangelio: Marcos 5, 1-20
    "Espíritu inmundo, sal de este hombre"

    En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de los gerasenos. En cuanto desembarcó Jesús, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro. Vivía entre los sepulcros y nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían sujetado con argollas y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado las argollas. Nadie podía dominarlo.
    Continuamente, día y noche, andaba entre los sepulcros y por la montaña, dando gritos e hiriéndose con piedras.
    Al ver a Jesús desde lejos, vino corriendo y se postró ante él, gritando con todas sus fuerzas:
    «¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes».
    Es que Jesús le estaba diciendo:
    «Espíritu impuro, sal de este hombre».
    Entonces le preguntó:
    «¿Cómo te llamas?»
    Le respondió:
    «Legión es mi nombre, porque somos muchos».
    Y le rogaba insistentemente que no los echara de la región.
    Había allí cerca una gran cantidad de cerdos, que estaban buscando alimento al pie de la montaña, y los demonios rogaron a Jesús:
    «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
    Les permitió Jesús y los espíritus impuros salieron para entrar en los cerdos, que se lanzaron al lago desde lo alto del barranco, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron en el lago.
    Los que cuidaban los cerdos huyeron y lo contaron tanto en la ciudad como en los alrededores. La gente fue a ver lo que había sucedido. Llegaron donde estaba Jesús y, al ver que el endemoniado que había tenido la legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio, se llenaron de temor. Los testigos les contaron lo ocurrido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio.
    Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía que lo dejara ir con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
    «Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti».
    El se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos se
    quedaban maravillados.

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