miércoles, 23 de marzo de 2011

Evangelio 24 de Marzo de 2011

  • Primera Lectura: Jeremías 17, 5-10
    "Maldito el que confía en el hombre, bendito el que Confía en el Señor"

    Esto dice el Señor:
    «Maldito quien confía en el hombre y se apoya en los mortales, apartando su corazón del Señor. Será como un matorral en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un árido desierto, en tierra salobre y despoblada.
    Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será como un árbol plantado junto al agua, que alarga hacia la corriente sus raíces; nada teme cuando llega el calor, su follaje se conserva verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto.
    Nada más traidor y perverso que el corazón del hombre: ¿quién llegará a conocerlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón, examino la conciencia; para dar a cada cual según su conducta, según lo que merecen sus acciones».

  • Salmo Responsorial: 1
    "Dichoso el hombre que confía en el Señor."

    Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se entretiene en el camino de los pecadores, ni se sienta con los arrogantes, sino pone su alegría en la ley del Señor, meditándola día y noche.
    R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.

    Es como un árbol plantado junto al río: da fruto a su tiempo y sus hojas no se marchitan; todo lo que hace le sale bien.
    R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.

    No sucede lo mismo con los malvados, pues son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los malvados lleva a la perdición.
    R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.

  • Evangelio: Lucas 16, 19-31
    "Recibiste bienes en tu vida y Lázaro, males; ahora él goza del consuelo, mientras que tú sufres tormentos"

    En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
    «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido junto a la puerta y cubierto de llagas, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus llagas.
    Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado. Y en el abismo, cuando se encontraba entre tormentos, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas».
    Abrahán contestó: «Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los de aquí que quieran pasar hasta ustedes, no puedan; ni tampoco de allí puedan venir hasta nosotros».
    El rico insistió: «Te ruego, padre, que lo envíes a mi familia, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento».
    Abrahán le respondió: «Ya tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen».
    El rico insistió: «No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán».
    Entonces Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto».

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