martes, 26 de abril de 2011

Evangelio 27 de Abril de 2011

  • Primera Lectura: Hechos 3, 1-10
    "Te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesús, camina"

    En aquel tiempo, Pedro y Juan subían al templo a la hora de la oración, hacia las tres de la tarde. Había allí un hombre paralítico de nacimiento, a quien todos los días llevaban y colocaban junto a la puerta Hermosa del templo para pedir limosna a los que entraban. Al ver que Pedro y Juan iban a entrar al templo, les pidió limosna. Pedro, acompañado de Juan, lo miró fijamente y le dijo:
    «Míranos».
    El los miró esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo:
    «No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, camina».
    Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó.
    Inmediatamente sus pies y sus tobillos se fortalecieron, se puso en pie y comenzó a caminar. Luego entró con ellos en el templo caminando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios. Al darse cuenta de que era el mismo que se sentaba junto a la puerta Hermosa para pedir limosna, se llenaron de admiración y asombro por lo que le había sucedido.

  • Salmo Responsorial: 104
    "La misericordia del Señor llena la tierra."

    Den gracias al Señor, invoquen su nombre, publiquen entre los pueblos sus proezas, cántenle, toquen en su honor, proclamen sus maravillas.
    R. La misericordia del Señor llena la tierra.

    Gloríense de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurran al Señor y a su poder, busquen su rostro sin descanso.
    R. La misericordia del Señor llena la tierra.

    Descendencia de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido: el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra están en vigor sus decretos.
    R. La misericordia del Señor llena la tierra.

    El se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra que ha dado por mil generaciones; del pacto concluido con Abrahán, y del juramento que hizo a Isaac.
    R. La misericordia del Señor llena la tierra.

  • Evangelio: Lucas 24, 13-35
    "Lo reconocieron al partir el pan"

    El mismo día de la resurrección, dos de los discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos. Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban tan cegados, que no eran capaces de reconocerlo. El les dijo:
    «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?»
    Ellos se detuvieron entristecidos, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:
    «¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?»
    El les preguntó:
    «¿Qué ha pasado?»
    Ellos respondieron:
    «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. ¿No sabes que los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran? Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y, sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto. Es cierto que algunas de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron todo como las mujeres decían; pero a él no lo vieron».
    Entonces Jesús les dijo:
    «¡Qué torpes son para comprender, y qué duros son para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?»
    Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras. Al llegar al pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron diciendo:
    «Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo».
    Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a ellos. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro:
    «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
    En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás, que decían:
    «Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón».
    Ellos, por su parte, contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

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