miércoles, 3 de agosto de 2011

Evangelio 4 de Agosto de 2011

  • Primera Lectura: Números 20, 1-13
    "Brotó de la roca un agua abundantísima"

    En aquellos días, la comunidad total de los israelitas llegó al desierto de Sin el mes primero, y el pueblo se instaló en Cades. Allí murió María y allí la enterraron. Entonces le faltó agua al pueblo, y amotinándose contra Moisés y Aarón, les dijeron:
    «¡Ojalá hubiéramos muerto en la paz del Señor, como nuestros hermanos! ¿Por qué han traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestro ganado? ¿Por qué nos han sacado de Egipto, para traernos a este horrible sitio, que no se puede cultivar, que no tiene higueras ni viñas ni granados, ni siquiera agua para beber?»
    Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad, se dirigieron a la tienda de la Reunión y allí se postraron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció y el Señor le dijo a Moisés:
    «Coge el bastón; reúne, con tu hermano Aarón, a la comunidad, y en presencia de ellos ordena a la roca que dé agua, y sacarás agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus ganados».
    Moisés tomó al bastón, que estaba colocado en la presencia del Señor, como él se lo había ordenado, y con la ayuda de Aarón, convocó a la comunidad delante de la roca y les dijo:
    «Escúchenme, rebeldes: ¿Creen que podemos hacer brotar agua de esta roca para ustedes?»
    Entonces Moisés alzó el brazo y golpeó dos veces la roca con el bastón, y brotó agua tan abundante, que bebió toda la gente y su ganado. El Señor dijo luego a Moisés y a Aarón:
    «Por no haber confiado en mí, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes quienes introduzcan a esta comunidad en la tierra que les he prometido».
    Esta es la fuente de Meribá (es decir, de la Discusión), donde los israelitas protestaron contra el Señor y donde él les dio una prueba de su santidad.

  • Salmo Responsorial: 94
    "Señor, que no seamos sordos a tu voz."

    Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él, llenos de júbilo, y démosle gracias.
    R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.

    Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.
    R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.

    Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras».
    R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.

  • Evangelio: Mateo 16, 13-23
    "Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos"

    En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
    Ellos le respondieron:
    «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas».
    Luego les preguntó:
    «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»
    Simón Pedro tomó la palabra y le dijo:
    «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
    Jesús le dijo:
    «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan!, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
    A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho por parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole:
    «No lo permita Dios, Señor; eso no te puede suceder a ti».
    Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro:
    «¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!»

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