lunes, 3 de octubre de 2011

Evangelio 3 de Octubre de 2011


  • Primera Lectura: Jonás 1, 1-16; 2, 1. 11
    "Se levantó Jonás para huir del Señor"
    El Señor le dirigió la palabra a Jonás, hijo de Amitay, y le dijo: 
    «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica en ella que su maldad ha llegado hasta mí». Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor, y llegó a Jafa, donde encontró un barco que salía para Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó para dirigirse a Tarsis, lejos del Señor. 
    Pero el Señor desencadenó un gran viento sobre el mar y provocó una tormenta tan fuerte que el barco estaba a punto de naufragar. Los marineros tuvieron miedo y se pusieron a invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga para aligerar la nave. 
    Mientras tanto, Jonás había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. 
    El capitán se le acercó y le dijo:
    «Qué haces aquí durmiendo? Levántate e invoca a tu Dios, a ver si él se compadece de nosotros y no perecemos».
    Luego se dijeron unos a otros: 
    «Echemos suertes para ver quién tiene la culpa de esta desgracia«. 
    Echaron suertes y le tocó a Jonás. Entonces le dijeron: 
    «Dinos por qué nos ha sobrevenido esta desgracia. ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?».
    Él les respondió:
    «Soy hebreo y adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra». Entonces aquellos hombres tuvieron mucho miedo y le dijeron: 
    «¿Por qué has hecho esto?» (Pues él acababa de decirles que iba huyendo del Señor). Y como el mar seguía encrespándose, le preguntaron:
    «¿Qué hemos de hacer contigo para que el mar se calme?» 
    El les respondió: 
    «Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se calmará, pues sé que por mi culpa les ha sobrevenido esta tormenta tan fuerte».
    Los hombres se pusieron a remar para alcanzar la costa, pero no pudieron, porque el mar seguía encrespándose en torno a ellos. Entonces invocaron al Señor, diciendo: 
    «Señor, no nos hagas morir por culpa de este hombre, no nos hagas responsables de la muerte de un inocente, ya que es clara tu voluntad». 
    Entonces levantaron a Jonás y lo arrojaron al mar; y el mar calmó su furia. Y aquellos hombres temieron mucho al Señor; le ofrecieron un sacrificio y le hicieron promesas. Dispuso el Señor que una ballena se tragara a Jonás, el cual estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches. Entonces el Señor le ordenó a la ballena que vomitara a Jonás en tierra firme.
  • Interleccional: Jonás 2
    En el peligro grité al Señor y me atendió.

    En el peligro grité al Señor y me atendió. Desde el vientre del abismo te pedí auxilio y me escuchaste. 
    R. En el peligro grité al Señor y me atendió.

    Me habías arrojado al fondo, en alta mar, me rodeaba la corriente, tus torrentes y tus olas me arrollaban.
    R. En el peligro grité al Señor y me atendió.

    Entonces pensé: Me has arrojado de tu presencia; ¿quién pudiera ver otra vez tu santo templo? 
    R. En el peligro grité al Señor y me atendió.

    Cuando se me acababan las fuerzas, invoqué al Señor y llegó hasta ti mi oración, hasta tu santo templo.
    R. En el peligro grité al Señor y me atendió.
  • Evangelio: Lucas 10, 25-37
    "¿Quién es mi prójimo?"
    En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: 
    «Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?»
    Jesús le dijo: 
    «¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?” 
    El doctor de la ley contestó: 
    «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser; y a tu prójimo como a ti mismo». 
    Jesús le dijo: 
    «Has contestado bien; si haces eso vivirás».
    El doctor de la ley para justificarse, le preguntó a Jesús: 
    «¿Y quién es mi prójimo?»
    Jesús le dijo: 
    «Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones los cuales le robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo un levita que pasó por allí, lo vio y siguió adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: “Cuida de él y lo que gastes demás te lo pagaré a mi regreso”. 
    ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?»
    El doctor de la ley le respondió:
    «El que tuvo compasión de él». 
    Entonces Jesús le dijo: 
    «Anda y haz tú lo mismo».

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