miércoles, 20 de septiembre de 2017

Evangelio meditado

¿Quién tiene la razón?
Santo Evangelio según San Lucas 7,31-35. Miércoles XXIV del tiempo ordinario.


Por: H. Javier Castellanos, L.C. | Fuente: missionkits.org 




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Hazme dócil, Señor, a tu Palabra. Quiero escuchar la voz de tu Espíritu en mi espíritu, con apertura y generosidad. Guíame por el camino que conduce a Ti, ilumina mi corazón para que pueda tomar las decisiones correctas en este día, para la construcción de tu Reino. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 7,31-35
En aquel tiempo, dijo el Señor: "¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños, que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros:
"Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado".
Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: 'Ese está endemoniado; Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores". Pero solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen".
Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Entre flautas y lamentaciones, Cristo tiene hoy un mensaje que abraza todas las generaciones. Nuestra vida cristiana requiere estar atentos a la voz de Dios y saber por dónde nos guía. Hay circunstancias para sacar la flauta y tocar y bailar; otros momentos, en cambio, requieren lamentaciones y llantos y luto. ¿Qué es lo mejor en cada momento? ¿Cómo saber qué quiere Dios?
El arte de descubrir la voz del Señor se llama discernimiento. En el camino nos encontramos un sinfín de encrucijadas, donde tenemos que escoger entre la derecha o la izquierda. Cada lado tiene sus ventajas y sus riesgos, y hagamos lo que hagamos, siempre habrá opiniones en contra y gente que se nos oponga. Por eso, una condición necesaria para ejercitarnos en el arte de discernir es la libertad de espíritu.
¿Qué significa ser libres de espíritu? Podemos imaginarnos una escena tal vez algo fantasiosa. Estamos volando en las alas del Espíritu Santo. Y sentimos la tentación de ponerle riendas para controlar la dirección: la rienda del qué dirán los demás, de lo que a mí más me agrada, de un esquema prefabricado… Pero con el Espíritu Santo lo mejor es volar por donde Él quiera, bajo la sombra de sus alas, y no por encima de ellas. Él sabe mucho mejor que nosotros por dónde es mejor moverse; cuándo es el tiempo de la penitencia y cuándo de celebración, sin importar lo que digan los demás. Él es la sabiduría misma; los hijos de Dios saben que sólo Él tiene la razón.
Así, durante este día, coloquémonos bajo las alas del Espíritu Santo. Será necesario hacer un poco de espacio y silencio dentro del corazón. Él hablará. Pongámonos a la escucha de su voz y dejémonos guiar según sus indicaciones para el día de hoy.
El discernimiento requiere, por parte del acompañante y de la persona acompañada, una delicada sensibilidad espiritual, un ponerse de frente a sí mismo y de frente al otro "sine propio", con completo desapego de prejuicios y de intereses personales o de grupo. Además, es necesario recordar que en el discernimiento no se trata solamente de elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el mejor, entre lo que es bueno y lo que lleva a la identificación con Cristo.
(Discurso de S.S. Francisco, 20 de enero de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré unos minutos de silencio por la tarde, preguntando al Espíritu Santo a dónde me ha guiado este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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