viernes, 27 de julio de 2018

Evangelio meditado

Preparar la tierra fértil para la vida eterna
Santo Evangelio según San Mateo 13, 18-23. Viernes XVI de Tiempo Ordinario


Por: H. Jesús Alberto Salazar Brenes, L.C. | Fuente: missionkits.org 




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, Tú dijiste que somos bienaventurados cuando tenemos hambre y sed de Ti porque seremos saciados. Prepara mi corazón para saciarme de Ti y dar mucho fruto.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 13, 18-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Escuchen ustedes lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.
Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas, la sofocan y queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena, representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto; unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta".


Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Si el hombre se ve en la necesidad de sobrevivir, hace hasta lo que raya con lo inaudito con tal de lograr su objetivo; un ejemplo de ello es la transformación de zonas desérticas en áreas cultivables, y todos estos esfuerzos van a un solo fin, comer y sobrevivir.
En el hombre existe un hambre gigantesca de felicidad trascendente, de propósito de vida, de alcanzar metas, de paz y tranquilidad. Con todos estos buenos deseos intentamos cuidar nuestro cuerpo, hacer ejercicio, comer bien, procurar tener buenas relaciones familiares, laborales y de pareja. Pero a pesar de todo esto, seguimos teniendo hambre de más. Se supone que esa hambre la llena Dios, pero después de tantos años de escuchar la Palabra, ir a misa, a grupos de la iglesia o, simplemente, intentando ser buena persona, todo sigue más o menos igual y no vemos un cambio sustancial.
El Evangelio hoy nos muestra el camino para saciar esa hambre y que nuestra tierra dé verdadero fruto. La semilla que nos da Dios en su palabra es la misma para todos, el agua y sol necesarios para la vida lo tenemos en los sacramentos. Si todos tenemos más o menos lo mismo, ¿por qué no damos el fruto que esperaríamos? En este camino de santidad hay dos factores, el primero nos toca a nosotros, y es preparar la tierra con el abono de la humildad, la paciencia, el perdón, la oración. El segundo lo pone Dios, porque Él es el único que puede hacer que nazca una nueva vida de donde antes hubo aridez. Los grandes santos como san Juan Pablo II, san Pío de Pietrelcina, san Maximiliano Kolbe, sólo por citar algunos, prepararon el terreno sin saber cuánto fruto iban a dar. Ahora bien, nos toca a nosotros ver una parte de lo que ellos lograron para alimentar espiritualmente a tantas personas. Sólo hasta que lleguemos al cielo veremos la totalidad del fruto que Dios ha hecho crecer en nosotros para bien de tantas personas.
¿Qué diferencia hay entre estos santos y nosotros? Ninguna, quien escucha la voz de Dios y no endurece su corazón ya está preparando la tierra fértil para la vida eterna.
Recordemos la parábola del sembrador y de los diferentes resultados según los distintos tipos de terreno. La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita de corazón que se dejen trabajar y cultivar, de forma que lo escuchado en misa pase en la vida cotidiana, según la advertencia del apóstol Santiago: "Poned por obra la Palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos". La Palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no permanece en los oídos, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos. Aprendamos estas cosas.
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy seré más paciente y humilde con las personas que trate.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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