sábado, 29 de enero de 2011

Evangelio 28 de Enero de 2011

  • Primera Lectura: Hebreos 10, 32-39
    "Han soportado grandes luchas. No pierdan, pues, la confianza"

    Hermanos: Recuerden aquellos primeros días en que, recién iluminados por el bautismo, soportaron duros y dolorosos combates. Unas veces fueron expuestos públicamente a insultos y tormentos; otras, compartiendo los sufrimientos de los hermanos que eran maltratados. Pues se compadecieron de los que estaban en la cárcel y aceptaron con alegría que los despojaran de sus bienes, sabiendo que están en posesión de otros bienes mejores y perdurables.
    Por lo tanto, no pierdan la confianza, pues la recompensa es grande. Lo que ahora necesitan es la perseverancia, para cumplir la voluntad de Dios alcanzar lo prometido.
    Atiendan a lo que dice la Escritura: “Pronto, muy pronto, el que ha de venir vendrá sin retraso; y mi justo vivirá por la fe, pero si desconfía, dejará de agradarme”. Pero nosotros no somos de los que retroceden para su perdición, sino hombres de fe destinados a salvarnos.

  • Salmo Responsorial: 36
    "La salvación del justo es el Señor."

    Pon tu esperanza en Dios, practica el bien y vivirás tranquilo en esta tierra. Busca en él tu alegría y te dará el Señor cuanto deseas.
    R. La salvación del justo es el Señor.

    Pon tu vida en las manos del Señor, en él confía, y hará que tu virtud y tus derechos brillen igual que el sol de mediodía.
    R. La salvación del justo es el Señor.

    Porque aprueba el camino de los justos, asegura el Señor todos sus pasos; no quedarán por tierra cuando caigan, porque el Señor los tiene de su mano.
    R. La salvación del justo es el Señor.

    La salvación del justo es el Señor; en la tribulación él es su amparo. A quien en él confía, Dios lo salva de los hombres malvados.
    R. La salvación del justo es el Señor.

  • Evangelio: Marcos 4, 26-34
    "El sembrador echa la simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo"

    En aquel tiempo decía Jesús a las muchedumbres:
    «Sucede con el reino de Dios lo mismo que con el grano que un hombre echa en la tierra. No importa que él esté dormido o despierto, que sea de noche o de día. El grano germina y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma; primero un tallo, luego la espiga, después el trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto está a punto, en seguida se corta con la guadaña, porque ha llegado la cosecha».
    Proseguía diciendo:
    «¿Con qué comparemos el reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Sucede con él lo que con un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas. Pero, una vez sembrada, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
    Con muchas parábolas como éstas Jesús les anunciaba el mensaje, adaptándose a su capacidad de entender. No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, les explicaba todo en privado.

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