domingo, 17 de abril de 2011

Evangelio 18 de Abril de 2011

  • Primera Lectura: Isaías 42, 1-7
    "No gritará ni hará oír su voz en las plazas"

    Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que manifieste el derecho a las naciones. No gritará, no voceará ni clamará por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que apenas arde.
    Manifestará firmemente el derecho, y no se debilitará ni se cansará hasta implantarlo en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.
    Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó el cielo, que extendió la tierra y su vegetación, que concede vida a sus habitantes, y aliento a los que se mueven en ella: Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé y te hice mediador del pueblo y luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar prisioneros de la cárcel, y del calabozo a los que viven en tinieblas.

  • Salmo Responsorial: 26
    "El Señor es mi luz y mi salvación."

    El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza, ¿quién me hará temblar?
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

    Cuando los malvados se lanzan contra mí para devorarme, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y caen.
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

    Aunque un ejército acampara contra mí, no temo; aunque me hicieran la guerra, me sentiría seguro.
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

    Espero gozar los bienes del Señor en la tierra de los vivos. Espera en el Señor, sé fuerte, ten ánimo, espera en el Señor.
    R. El Señor es mi luz y mi salvación.

  • Evangelio: Juan 12, 1-11
    "Déjala, esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura"

    Seis días antes de la fiesta judía de la pascua, llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él.
    Entonces María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro y ungió con él los pies de Jesús; después los secó con sus cabellos. La casa se llenó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de los discípulos –el que lo iba a traicionar– protestó diciendo:
    «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?»
    Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella.
    Jesús le dijo:
    «Déjala en paz. Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura; además, a los pobres los tendrán siempre con ustedes; a mí, en cambio, no siempre me tendrán».
    Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro, porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.

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